Jesús tenía lecciones que deseaba darle a sus discípulos para
que cuando él no estuviera más con ellos, no fueran engañados por las astutas
falsificaciones de los sacerdotes y gobernantes con respecto a la correcta
observancia del sábado.
Quitaría del
sábado las tradiciones y las
exacciones con que lo habían cargado los
sacerdotes y gobernantes.
Al pasar por
un sembrado en un día de sábado, él y sus discípulos tenían
hambre, y comenzaron a arrancar espigas y a comer. “Viéndolo los fariseos, le dijeron:
He aquí tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer
en el día de reposo”. Mateo 12:2.
Para responder a su acusación, Jesús se
refirió a la acción de David y los que con él estaban, diciendo: “¿No habéis leído lo que hizo David cuando él y los
que con él estaban tuvieron hambre; cómo entró en la casa de Dios y comió los panes de la
proposición, que no les era lícito comer ni a él ni a los que con él estaban,
sino solamente a los sacerdotes?
¿O no habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo los
sacerdotes en el templo profanan el día de reposo y son sin culpa? Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí”. Mateo 12:3-6.
Si la excesiva hambre disculpó a David de violar aun la santidad del
Santuario, e hizo su acto libre de culpa, ¡cuánto más disculpable era el simple
acto de los discípulos de arrancar espigas y comerlas en el día sábado!
Jesús quería enseñar a sus discípulos y
a sus enemigos que el servicio de Dios está antes que cualquier
otra cosa; y que si el cansancio y el hambre acompañaban al trabajo, era correcto satisfacer las necesidades de la
humanidad aun en el día sábado...
Las obras de
misericordia y de necesidad no son transgresión de la ley. Dios no condena esas cosas.
Jesús declaró que el acto de misericordia y de
necesidad al pasar por los sembrados, de arrancar espigas y restregarlas con
las manos, y comerlas para satisfacer el hambre, estaba de acuerdo con la ley
que él mismo había promulgado desde el Sinaí.
De esa manera se declaró sin culpa ante
los escribas, gobernantes y sacerdotes, ante el universo celestial, ante los
ángeles caídos y ante los hombres caídos.
The Review and Herald, 3 de agosto de 1897. [140]
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