Diciendo a gran voz: Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su
juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las
fuentes de las aguas. Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los
mandamientos de Dios y la fe de Jesús. (Apoc. 14:7,12).
El profeta
indica cómo sigue la ordenanza que ha sido olvidada: “Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos
de generación y generación levantarás, y serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para
habitar. Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares
delicia, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu
voluntad, ni
hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a
comer la heredad de
Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado”. (Isaías 58:12-14).
Santificado
por la bendición y el reposo del Creador, el sábado fue guardado por
Adán en su inocencia en el santo Edén; por Adán, caído
pero arrepentido, después que
fuera arrojado de su feliz morada.
Fue guardado por
todos los patriarcas, desde Abel hasta
el justo Noé, hasta Abraham y hasta Jacob.
Cuando el
pueblo escogido estaba en la esclavitud de Egipto, muchos, en
medio de la idolatría imperante, perdieron el
conocimiento de la ley de Dios, pero cuando
el Señor libró a Israel, proclamó su ley con
terrible majestad a la multitud reunida para que
todos conocieran su voluntad y le temiesen y
obedeciesen para siempre.
Desde aquel día hasta hoy, el conocimiento de la ley de Dios se ha conservado en la tierra, y se ha guardado el sábado del cuarto mandamiento. A pesar de que el “hombre de pecado” logró pisotear el día santo de Dios, hubo, aun en la época de su supremacía, almas fieles escondidas en lugares secretos que supieron honrarlo.
Desde la Reforma hubo en cada generación algunas almas que mantuvieron viva su observancia. Aunque fue a menudo en medio de oprobios y persecuciones, nunca se dejó de rendir testimonio constante al carácter perpetuo de la ley de Dios y a la obligación sagrada del sábado de la creación.
Estas
verdades, tal cual están representadas en (Apocalipsis 14), en
relación con el “evangelio eterno”, serán lo
que distinga a la iglesia de Cristo cuando él aparezca.
Pues, como
resultado del triple mensaje, se dice: “Aquí está la paciencia de los
santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”.
Y éste es el último mensaje que se ha de dar antes que venga el Señor. Inmediatamente después de su proclamación, el profeta vio al Hijo del Hombre venir en gloria para segar la mies de la tierra.
El
Conflicto de los Siglos, 505, 506. [153]
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